20 de julio de 2010

Te añoro...

No hay mejor despertar que las mañanas que al girar mi cabeza veo tus profundos y pacíficos luceros a la par que me transmiten tu tranquilidad consiguiendo incomprensiblemente lo que muchos intentaron alcanzar, pero que ninguno obtuvo un resultado positivo: el poder de desprender cualquier estrés y presión degradante contenida en mi cuerpo dejando espacio para que capte la sensación de solamente, estar.
Nací, viví y sigo conteniendo el peso de una energía superior a la que cualquier persona puede soportar, y controlar. Pero mantienes la estabilidad hasta el punto de poder decir que controlas mis sentimientos. ¿Muy importante?
Sí, importantísimo.
Queda sepultado mi corazón en tierra, santa, ya que tus manos no pueden ser consideradas pertenecientes al mundo terrenal. Cada defecto cambia de forma como un concentrado capullo que en primavera desvela el llamativo polen entre la belleza de unos pétalos aterciopelados transformándose en una esplendorosa característica de ti al pasar por el filtro de mis retinas.
Hoy, que estás más lejos que nunca, te siento más cerca de mi ser de lo que podría sentir persona en este planeta. Un placer inimaginable es el mantener la idea de que tu mente corretea vivazmente soñando con las miles de cosas que podríamos hacer, ya que no podría estar más de acuerdo con esa felicidad que se siente por la ilusión obtenida del disfrutar de un futuro juntos del que poder hablar en un mañana.
Con la mayor simplicidad en mis palabras, te añoro hasta el punto de ser asquerosamente feliz al saber todos los días que tu también me añoras a mi.

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