15 de noviembre de 2009

Dancing in the moonlight.

A 384.400 kilómetros está nuestra más cercana compañera, parte de nuestra tierra.
Magnífica perfección cuando su ordenación lineal nos demuestra la manifestación de la naturaleza al crear el sorprendente efecto de un eclipse. Le fue atribuído el primer día de la semana por su majestuosidad e importancia ante el mar y su movimiento. Siempre nos divisa con la misma cara, pero con sus diferentes gestos.
Pequeña y preciosa con nombre de una Diosa castigada por un error, y reprimida a solo poder escabullirse dos veces al mes a ver a su querido pastor. Mientras, pasa las noches observándole desde el cielo con gran impotencia. Esplendorosa entre los humanos, símbolo de la magia y el poder fantástico. Objeto de belleza profunda que acaricia nuestra mirada hasta conseguir iluminar nuestros ojos. El romanticismo transmitido por un cuerpo circular misterioso, tan alejada de nosotros que flotando en la lejanía conseguimos imaginar su tacto entre nuestros dedos al tender nuestra mano hacia el cielo.
En boca de artistas, se ha convertido tanto en musa de poetas como en inspiración para canciones o tema artístico para pinturas. Atributo de momentos noveleros en los que la mujer, emocionada por la situación donde arropada por la noche espera que el valor del hombre supere sus temores y demuestre su pasión con el poder de un beso.
Mañana, ella huirá desesperada a buscar de nuevo a su amado y por una noche más, poder descansar en su regazo, sintiendo que en pequeñas dosis, la eternidad existe. No miréis el cielo con la intención de encontrarla, ya que dejará que las estrellas sean las protagonistas.