22 de enero de 2010

No es una historia.

Paso a paso, cruzo la calle con tranquilidad hasta intentar llegar a mi casa, a mi dulce y acogedor hogar. Ando descalza, pero no me importa. El suelo de la calle esta frío, como los cuerpos que descansan reposados sobre la acera o en el asfalto de la ancha y crujiente carretera. Cada zancada que me propongo con ayuda de las muletas es un esfuerzo que requiere mayor voluntad conforme pasan los segundos, ya que mis manos agrietadas sufren por el peso de mi cuerpo y el único punto de apoyo, mi pie, mantiene una forma cada ver más amorfa debido las infecciones que mi cuerpo padece y contra la que mi alma lucha sin descanso. Observo atónita la fachada del barrio que me rodea, y sin tener palabras con las que expresar esta desolación, en silencio sigo desplazándome con dificultad cada vez más cerca de mi destino, de vuelta a mi humilde morada. La fuente de la plaza principal demuestra la sequedad de nuestras bocas, que con la ayuda de la lengua intentamos obtener la máxima cantidad de salida para recobrar la vitalidad de nuestra garganta e intentar tragar con fluidez, pero se trata de una acción sencilla que nos es imposible. Consigo ver entre los escombros que quedan a mi antes insoportable colegio los libros y el amueblado ahora sin arreglo; aunque ahora tenga otro aspecto, mis ojos se funden con la imaginación y me devuelven mi ahora añorado colegio. Afilando mi mirada descubro el dolor de la imagen de conocidos que ahora mantienen su ser lejos de nuestro país, lejos del mundo sensible. Allí vivía mi mejor amiga. Desde que todo cobró movimiento no he conseguido saber nada sobre ella, ni sobre nadie en particular. Solo rezo porque cuando se calme todo esto, ella haya corrido la misma suerte que yo y que ante todo no haya perdido la cabeza, literalmente. Debo andar con cuidado de no pisar algún resto de la estructura de las viviendas y hacer daño a mi único pie desnudo que temblando busca la mejor postura en cada pisada para conseguir descansar aunque sea brevemente, y que a pesar de ello, agradece totalmente. Queda poco, solo tengo que doblar la esquina del supermercado donde se produjo el tiroteo por soldados debido al saqueo a causa de falta de alimentos y de materiales básicos. Local de mi tía, la que se encontraron entre los escombros cinco días después de su derrumbamiento y a la que yo le lloré desconsoladamente pero por otra parte alegre por haber sobrevivido, y por haber mantenido el poder para seguir en esta catástrofe acompañándome sin ningún familiar más al cual podía aferrarme. Mantengo la mirada fija en el suelo polvoriento con miedo a lo que iba a descubrir. Cuando me encuentro frente a mi casa, alzo la mirada con la pequeña e ingenua esperanza de encontrarla intacta. Pero solo consigo ver como mis ojos siguen la mirada hasta llegar a las montañas pobres de mi país, como un alveolo, nada más consigo ver un hueco entre otras dos viviendas que mantienen en pie su estructura con graves daños, las casas de mis difuntos vecinos. Creo que el pensamiento más doloroso es el pensar que nada de esto es un sueño, ni una pesadilla, sino que ya nada conseguirá tener los despreciables colores de tenía antes y que ahora solo existe un color: el de la muerte. Si antes me quejaba de mi anterior vida, ahora le exijo a la vida que me devuelva lo que me ha arrebatado.

17 de enero de 2010

Tengo miedo.

Siento pánico y no es al pensar en asesinatos, en daños físicos ni en situaciones paranormales. Miro a mi alrededor y veo que todo lo que he querido, lo he conseguido: mis caprichos innecesarios se completaron uno a uno, y aún así tristemente exijo más a pesar de tener más de tenerlo todo. No es por halardear, mas solo demuestro así lo contrario: un conjunto de materiales escasos de sentimientos y utilidad, inservibles sin razón por las que existir y de un gran valor monetario que verdaderamente es absurdo. No observo una demostración de sus ansias de vivir, interés por conocer ni razones por las que existir. Tengo miedo a mirar de nuevo a mi alrededor y no ver un corazón rebosante que me indique el deseo de compartir la belleza del mundo conmigo. Tengo pavor a la soledad, a la ignorancia del vivir. Unas circunstancias marcan a una persona durante toda la vida: una familia rota, unas malas compañías, malos hábitos, momentos arduos, un lugar difícil donde vivir, o donde intentar sobrevivir... todo es decisivo. Mi pesadilla se crea cuando las circunstancias te dicen que tu corazón tiene que estar solo, frío y dolorido hasta que deje de palpitar.¿Y si es culpa mía? ¿Y si verdaderamente llego a ser el problema? ¿Y si me estoy convirtiendo en otra oveja del rebaño que su mente se alimenta del consumismo y en el sistema de robots competitivos con solo el motivo de luchar por una adquisición ganancial mayor? ¿Y si ello conlleva a que deje de crear la energía del querer vivir? ¿Todos nos sentimos así, o verdaderamente soy un cáncer producido por la sociedad? Se pudren mis ilusiones que me daban las ganas de batallar creándome una idea equivocada de mi, una imagen de la necesidad de aprender y de demostrarle al mundo el poder de la persona para fundar un bien, para un beneficio en el balance mundial. El gran enemigo que me persigue tras cada caída es la ignorancia, el pensar que el arquetipo de ser peculiar se desvanece conforme el mundo me demuestra lo verdaderamente débil que soy, el tiempo que he perdido y pierdo transformándome en una cifra baja dentro de una lista numérica.Pero si lo considero, es porque lo pongo en duda. Creo que lo que nos diferencia de los ignorantes es la necesidad de entender nuestra propia razón, el por qué sucede todo esto y la forma de crear un bien mejor a partir del avance y de la experiencia, sin caer con la misma piedra. Y lo que nos distingue de la sociedad-rebaño es que tras todo este pesar, seguimos en la búsqueda de un mayor bienestar común.