6 de julio de 2013

El no.

Perdona si insisto. Perdona si sigo adelante. Perdona si mi consciencia es la que habla por mi engullendo la opinión de la razón y dando solo paso a la cordura. A la verdadera cordura. No me canso de repetir que la madurez me ha arrollado como una ráfaga de viento frío que indaga por todo mi cuerpo hasta despertar eso a lo que llaman 'instinto'. Pero yo simplemente lo llamo realidad.
El olvido del rencor es parte de la naturaleza de mi ser, pero desearía que también fuesen llevaderos la presión de la experiencia, los desvaríos de la impotencia, como el odio a la incertidumbre. Que se lo lleve todo, que lo comprima en la caja de los recuerdos, que cierre con todos los cerrojos del pasado y suspire como cuando observas una foto de la niñez. Sería más sencillo si la decisión la tomara la resignación, pues no deja espacio a mi estúpida esperanza y al deseo a los casos perdidos. Supongo que se debe a que me considero tal que así, estúpida y sin salida. 

Y como un quinceañero planeo el robo de tu apoyo embaucando con las dulces armas del corazón, pero inmune a mi entender cada día las cadenas del error aprietan más mis manos y mis pies. No me queda nada, no tengo nada que hacer. 

Trato de sentarme sobre el agrietado sentimiento de hervor, pero las pequeñas flores de papel no pueden guardarse sin que se estropeen. Es otra decisión. No estoy hecha para tomar decisiones sin ti. Y me da igual si esto es grande o es pequeño, pero quiero que sea un presente, un querido. La espera sin ser expectativa me titubea al pensar que tiene sentido o que verdaderamente es otra apariencia al ciclo de la superación por conformismo del que no quiere gran cosa. De lo que realmente deja de tener significado. 

Y aquí estamos: sin querer, queriéndonos. Pero al fin y al cabo haciéndolo.

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