9 de diciembre de 2009

Otra vez, pero diferente.

Horas y no me canso. Podría estar así una vida, pues me sentiría como el primer día y a la vez contradecirme al decir que tengo la impresión de llevar años así. Que tu piel me transmite esa tranquilidad que nadie consigue darme sin yo tener noción del paso del tiempo. Me miras, esbozas esa preciosa sonrisa que me hace tan feliz, y caigo de nuevo en tus besos. En ese instante es cuando todo comienza a darme igual. Todas mis preocupaciones y pánicos se desvanecen de mi mente cuando presiento que esa dulce mano se refleja en mi mejilla hasta que llegan las yemas de tus dedos ágiles a bailar suavemente por mi rostro, y ese es el momento en el que todo se vuelve más que perfecto. Cuando pienso en cada segundo que he perdido en este mundo lejos de ti no consigo controlar mi impotencia. Dejo descansar a la parte de mi ser que trabaja sin cesar creando la suficiente fuerza que necesito cada día para dejarme cuidar entre tus brazos y que seas tu quien me entregue esa energía con cada uno de tus gestos. Tus caricias me acosan, pero yo no me opongo a ellas ya que se han vuelto un vicio para mi. Mientras tu, poco a poco, me suministras mi dosis, yo no consigo escapar de aquellos ojos de los que huía incesantemente antes de conocerlos y que ahora me sumerjo en ellos con tanta curiosidad por averiguar qué es lo que provoca que me mires así. Es un sentimiento tan grande que no me cabe en la razón y tengo que llevarlo en el corazón. Una nueva sensación que tu inaugurastes, y a la que me aferro hasta quedarme dormida imaginando que me encuentro en tus brazos, donde terminando al fin en el sueño te veo de nuevo besando mis labios. Es que no puedo evitar fantasear con la siguiente vez que te vea. Aun así, mi mente no corre prisa en crear un mañana, porque la idea de verte de nuevo ocupa toda mi cabeza sin dejar sitio para nada más. Logras que mi boca habladora muestre todo su repertorio de composiciones que mantiene guardada bajo la lengua y siempre preguntas por más manifestando que tu mente sigue mi ritmo sin darse por vencido. Tu particularidad de hacerme sentir especial sin gran esfuerzo pero siempre proponiéndotelo consigue que quiera capturar cada palabra que me dices, pasearla por el laberinto que es mi cerebro hasta desgastarla y dejarla volar escapando lo más lejos posible del mundo real. Y no acabé, porque esto, francamente, es el comienzo de todo lo que me haces sentir y ser.

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